User talk:Glizarraga27

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De París a Saigón. De la adolescencia al “envejecimiento brutal” en tan sólo dos años. Es El amante de Marguerite Duras. La escritora viaja –a través de su memoria– no sólo hacia el pasado, sino hacia el interior de sí misma, para construir de nueva cuenta aquellas fronteras que a sus quince años traspasó apenas sin percibirlas y que inseminaron su ser-escritora. Transgresora de culturas, el amor la transforma en “Otra”, re-descubriéndose, despojándose de la sombra de su propio origen, para entregarse a lo “extraño”, a lo extranjero, en una fusión que le asigna una nueva esencia, desde donde aprende a contarse su transición, mucho tiempo después.

“Tengo un rostro destruido. Diré más, tengo quince años y medio. El paso de un transbordador por el Mekong. La imagen persiste durante toda la travesía del río. Tengo quince años y medio. En ese país, las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación.”

Su escritura es un acto solitario en la búsqueda de los confines de su corta edad. De una existencia que configura su sentido en una amalgama de sentimientos y desazones que sólo podía comprender a través de la existencia necesaria del “otro”: su amante chino. La adolescente envejecida escudriña, a través de la escritura, sus pudores, sus ocultamientos, sus miedos, sus deseos y liviandades; “para ellos”, un acto moral, para ella, nada; y mientras escribe va corriendo el velo de esa su historia que no existe y que sin embargo da origen a su realidad de futuro:

“Años después de la guerra, después de las bodas, de los hijos, de los divorcios, de los libros, llegó a París con su mujer. Él le telefoneó. Soy yo. Ella le reconoció por la voz. Él dijo: sólo quería oír tu voz. Ella dijo: soy yo, buenos días. Estaba intimidado, tenía miedo, como antes. Su voz de repente, temblaba. Y con el temblor, de repente, ella reconoció el acento de China. Él sabía que ella había empezado a escribir libros. Lo supo por la madre a quien volvió a ver en Saigón. Y también por el hermano menor, que había estado triste por ella. Y después ya no supo qué decirle. Y después se lo dijo. Le dijo que era como antes, que todavía la amaba, que nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte.”

El amante, Madrid, Ed. El País, 2002.

Reseña Guadalupe Lizárraga