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Bajo la inmensidad de un cielo en eterno vaivén, yacen dos almas, solas, mas no perdidas, en un mundo que no mira, con bolsillos deshechos, pero corazones plenos, su amor, una quimera. En la vastedad del desierto, donde nadie aguarda la vida, ellos, como girasoles, alzan sus rostros hacia el sol que los guía.

Valientes y erguidos, el viento les ha curtido, mas no vencido, sus cicatrices, relatos de resistencia, de un pasado desvanecido. Se entrelazan, desafían el suelo yermo, en su oasis secreto, dos enamorados, cuyas almas el destino ha tejido, en un tapiz de supervivencia, un amor puro y bendecido.

Con la esperanza como estandarte, en la nada hacen florecer, un jardín de promesas y sueños, donde el amor se atreve a crecer. Resistentes, como espartos en la brisa, desafían el arisco temporal, en su danza etérea, susurran al viento su inmortal cantar.

Y así, en la simplicidad de su existencia, nos dejan una verdad: que el amor, aun en el vacío, halla su lugar, enraizando en lo árido, floreciendo sin cesar, un amor que contra el tiempo, siempre sabrá luchar.

Que aquel que lea estas líneas pueda sentir y soñar, que en los desiertos de sus días, pueda también hallar, un amor inquebrantable, que nunca dejará de brillar,