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Español: En este lienzo perteneciente a la última etapa creativa de Joan Ponç (años 80), aparece plenamente desarrollado el personal simbolismo con el que el singular artista dio luz, desde los inicios de los años cuarenta, a un mundo propio habitado por visiones fantasmagóricas y seres imaginarios de un impacto visual tan único como inquietante. Tras una larga estancia en Brasil, la década de los años 80 estará marcada por los crecientes problemas de visión, que lejos de amedrentarlo aportaron sincretismo e intensidad a su obra, abordando en ella su rebeldía y miedo obsesivo a la enfermedad y la muerte. En este caso, y con ese estilo suyo tan particular a caballo de un cierto primitivismo y de las segundas vanguardias pictóricas, Ponç nos brinda una escenografía nocturna en la que construye una visión de su universo apoteósica y casi apocalíptica plagada de seres diabólicos entre torturados y premonitorios a través de los que Ponç exploró los ámbitos más oscuros del ser humano, que como en este caso, se encuentran íntimamente relacionados con su situación cada vez más cercana a la muerte. Asimismo Ponç aplica aquí la técnica que denominó acupintura con la que empezó a experimentar años atrás empleando pequeñas pinceladas elaboradas mediante una disolución más densa de lo habitual lograba que la pintura sobresaliera de la tela. Ponç trabajó en esta obra con meticulosa dedicación en el curso de tres años, estando ya afectado por una diabetes que lo había dejado parcialmente ciego. La nocturnidad, que en cierto modo atraviesa toda creación de Ponç, alcanza ahora su sentido pleno: lo oscuro referido al enigma de la vida, al misterio de los símbolos, a la mística, pero también ahora a la oscuridad eterna, al reino de las tinieblas eternas al que Ponç siente aproximarse. Estamos ante una pintura subyugante, en la que un conejo negro de encendidos ojos rojos atraviesa un campo poblado de espectros y demonios. Un castillo embrujado se divisa en la lejanía. La luna lleva sobre su faz la silueta de un murciélago. Verde esmeralda, azul cobalto, negro y rojo conforman el espectro cromático de esta incursión al abismo de los sueños.